La cuarentena por el coronavirus me obligó a hacer, por primera vez, pan en mi casa. Ya no tenía a quien mandar de IEPAN, ni los equipos industriales ni los utensilios de nuestra escuela de panadería. Éramos la masa madre y yo, solo

Miren qué bonito me quedó este pan rústico que hice en casa. Foto Juan Carlos Bruzual

Durante el confinamiento, hacía pan todos los días. 
Previo a esta etapa de cuarentenas y desde que aprendí a hacer pan, nunca tuve la necesidad de hacerlo en casa, por la fortuna de trabajar en un sitio en el que contamos con equipos industriales para hacer pan.

Y fue así como funcionó por años: hacía el pan en mi escuela de panadería y lo llevaba a casa para compartir con la familia. 


Pero, en marzo de 2020, llegó la pandemia y ese nuevo contexto me permitió experimentar de cerca con esa faceta de la panadería que desconocía.


De hecho, yo jamás había hecho cosas tan básicas como, por ejemplo, hacer una masa madre, atenderla, conocerla, alimentarla y usarla. Nunca había hecho una masa madre fuera de IEPAN y me tocó crear mi masa madre casera.


Durante el confinamiento, debí olvidarme de aquello de tener dos hornos disponibles, para elegir entre uno de piso de piedra y otro de convección. 
También tuve que descartar la costumbre de meter un pan en el horno y saber que a determinados minutos estaría listo, porque ya lo había hecho cientos de veces con los mismos equipos y condiciones.

Esta vez me correspondió, durante casi un año, hacer crecer panes en un horno de baja potencia, el normalito que tenemos en las cocinas.

Debí usar el horno normalito que tenemos en las cocinas. Foto Juan Carlos Bruzual


De pronto, tuve que desechar la idea de aquello de tener todos los utensilios a mi disposición. Y comprar el que no tenía. Cosas tan básicas como un peso electrónico, un cortador de masa, una bandeja de hornear, envases para fermentar y un sinnúmero de implementos con los que no contaba en casa.


A esto debía sumar que para fermentar, debía usar la nevera de casa, cuyo uso y rendimiento es totalmente distinto al de las neveras de IEPAN.


Como panadero casero, me enfrenté a muchas variables nuevas, que debía conocer, entender y aprender.

Todo esto me permitió reencontrarme con la esencia de la panadería, controlar todo el proceso yo solo (ya no tenía a quien mandar a hacer nada). Éramos el pan y yo. Tocaba reconocerlo.


Una de las cosas positivas de toda esa actividad casera es que me permitió entender muchísimo más el valor y la dificultad de hacer pan en casa, apreciar en su justa dimensión a los panaderos caseros, entre ellos, a nuestros alumnos de los diferentes talleres y cursos online.


El panadero casero se enfrenta cada día a una cantidad de retos que, seguramente, los que trabajamos con equipos industriales ni nos imaginamos. Y a esto hay que sumarle las dificultades que tienen los panaderos caseros en Venezuela, especialmente, en las regiones, donde afrontan la precariedad en los servicios eléctricos y de suministro de gas, y los problemas para hallar determinados ingredientes. De verdad, los admiro.

Durante casi un año, me enfrenté a una cantidad de inconvenientes, que en la escuela tenía controlados o daba por descontado


Durante casi un año, me enfrenté a una cantidad de inconvenientes, que en la escuela tenía controlados o daba por descontado, así que muchas de las cosas tuve que reaprenderlas, mirarlas desde otra óptica, aplicar la lógica, inventar, errar, corregir y hacer de nuevo; para luego volver a inventar, volver a errar y volver a hacer de nuevo. 
En ese ciclo, aprendí un montón, crecí como panadero, pero creo que crecí más como persona.


Dios bendiga las manos de tantos panaderos caseros que alimentan a sus familias, a punta de amor y pan recién horneado.


¡Que no se pierda la bonita costumbre de hacer pan en casa!


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